Dedicado para esas pequeñas historias que escribo como entradas, Mínimos intentos de narración. Este blog no tiene que gustarles. Me basta y sobra si les provoca algo leer lo que escribo. Postee sus comentarios, lo que piensa, sin el ánimo de insultar por insultar, insulte por una razón valida. Su opinión será aceptada. Se agradecerán sus comentarios. Si quiere preguntar algo, siéntase en la libertad de hacerlo.
Monday, March 31, 2014
Winds of Change
Wednesday, March 19, 2014
¿Y si me dieran una segunda oportunidad?
Entonces la canción me trae tantos recuerdos y me despierta tantos sentimientos que no puedo procesarlos por separado y me abruma la sensación de no saber que hacer y me invade el deseo de llorar.
Parece tonto pero es verdad. y me pregunto ‘¿y si se me diera una segunda oportunidad para volver a vivir mi vida?, ¿será que cometería los mismos errores? ¿será que los corregiría a tiempo?, ¿será que ni siquiera los cometería? No lo sé. Me detengo a pensar, mientras el reproductor comienza la nueva canción en el playlist, la voz del mismo hombre cantando con esa melancolía incierta en su voz.
Y entonces me doy cuenta de que no tengo la menor idea de quien podría darme una segunda oportunidad para vivir lo que he vivido desde que mi conciencia comenzó a trabajar en complicidad con mi memoria. Dios ya me dio la segunda e incluso la tercera. Antes de acabar mi primer años de vida morí por vez primera, aunque sólo morí por un instante, instante que duró hasta que el médico me revivió delante de los ojos llorosos de mi madre que no veían bien por tanta lágrima nublándole la visión.
Volví al mundo y tuve mi segunda oportunidad y entonces…, unos meses después, mi alma se encaminaba hacia el mundo desde donde vino y todo volvió a pasar: mi mirada se había extraviado y mi respiración era cada vez más débil, mis ojos perdían el brillo de la vida y mi pulso se hacía imperceptible; mi madre lloraba y las enfermeras del centro médico la veían con indiferencia mientras le pedían que fuera al hospital más próximo porque algún burócrata había decido que todo servicio se subcontratara en ese lugar.
Los minutos eran horas para ella y para mí no sé que habrán sido, nada puedo recordar de todo lo que pasó en el primer año y medio de mi vida. Cuando al fin logró llegar, el médico decidió revisarme y lo primero que se le ocurrió decir fue: “parece que está muerto”. Mi piel estaba azul y mis manos estaban frías. Me separaron de ella y comenzaron el proceso de resucitación. No sé cuánto fue, ni cómo fue, pero cuando la dejaron entrar y estar a mi lado, ellos me habían colocado sobre una bolsa de agua caliente para que mis órganos no se dañaran por mi baja temperatura interna y habían puesto una sonda de oxígeno en mi nariz para que mi cerebro recibiera lo suficiente para no atrofiarse. Había muerto mi segunda vez, y Dios me estaba dando una tercera oportunidad para vivir.
No he vuelto a ir a un hospital en condición que amerite una resucitación más. Esta es la tercera vez en la Tierra y aún me pregunto: ¿estaré haciendo bien las cosas? ¿por qué mis equivocaciones son tan difíciles de perdonar por aquellos que las padecen?, ¿por qué no pueden ver que cuando son ellos los que me fallan y no se disculpan yo los perdono en el momento? Sí, claro que muestro mi enojo pero nunca he podido durar enojado más que un par de horas con la gente que de verdad me importa. La gente que no me importa ni representa nada para mí recibe tan sólo mi indiferencia, por que habría de darle a esta gente alguno de mis sentimientos cuando nuestros sentimientos “existen por” y “son para” los que forman parte de nuestra vida, ya de buena manera o de manera oscura y terrible. Ni siquiera puedo odiar a los que me odian. Lo intenté antes y no me resultó. Lo más que conseguí fue sentir incomodidad por la presencia de ellos pero nunca un tener sentimiento en el que les dedicara toda la maldad de la que es capaz el corazón de hombre que tengo en el pecho.
Me olvido bastante pronto del sentimiento amargo que los demás me hacen sufrir, no me olvido de la acción que causo ese sentimiento pero no porque haya decidido revivirlo una y otra vez, sino porque se me hace muy difícil y complicado sacar de mi memoria todo lo que voy viviendo. Quisiera que mi memoria fuera capaz de recordar mis contraseñas con la misma vehemencia que recuerda mis vivencias y los datos, nombres, fechas y detalles de lo que he leído por placer. Sigo recordando los hechos que me han causado dolor, pero al hacerlo es como estar viendo una película muda en blanco y negro, pues aunque los detalles están ahí, no me producen nada. hasta tengo, podría decir, la sensación de que todo me es ajeno a pesar de haber sido yo quien lo vivió. El único sentimiento que no puedo olvidar sino al cabo de muchos años es el de la culpa y el remordimiento de haber hecho sufrir a alguien que me quería como un amigo, me respetaba como un aliado y me tenía como parte de su vida.
Mi tercera vez en el mundo, y no ha sido fácil, tal vez por eso mi tierna alma infantil desea volver a la seguridad del primer hogar. Segundas oportunidades no he tenido nunca en lo que respecta a mis congéneres humanos. De los amigos que he tenido, a uno se lo llevó la vida muy lejos de mí, fue mi primer mejor amigo de verdad y luego de mudarme de localidad, no volví a verlo nunca más. Esos días infantiles los recuerdo con especial cariño porque el cambió en mí la relación que yo mantenía respecto de todo lo que había afuera de mí mismo. El cobarde e introvertido yo se convirtió en un niño normal. No me volví el más osado, ni el más intrépido, ni el más destacado, pero por lo menos la gente dejó de verme como un tímido semiautista desconectado del mundo real.
Cuando llegaba el recreo yo quería que nunca terminara para seguir hablando y jugando con él, porque entonces la maestra no nos arrojaba la almohadilla cargada con el polvo de la pizarra recién limpiada, aunque ahora que lo pienso, era sólo a mí que me la arrojaba siempre, aunque no hubiera sido yo el que iniciara el cuchicheo que manteníamos en la clase. J. D. se fue de mi vida antes de acabar la primera década de mi vida y nadie me dio una segunda oportunidad para que yo volviera a ser un niño normal. La nueva escuela me hizo volverme hacia mi interior con más fuerza que antes.
Luego de eso han pasado dos décadas más y tuve amigos, pocos pero tuve y todos ellos se fueron de mí, desvaneciéndose como si fuesen estatuas de talco que el viento fuerte disuelve de a poco hasta que no queda sino la base donde estuvieron colocadas. De todos ellos, solo de dos soy responsable de su partida y alejamiento. El primero, fue mi amigo en la nueva escuela, y la amistad terminó por lo que bien podría llamar “conducta infantil”, aunque no se podía esperar otra cosa, éramos niños aún. Fue ahí que aprendí que si alguien te cuenta algo que no es verdad, una mentirijilla sin la intención de dañar —una común exageración de lo propio, un superlativismo personal, un simple bluff—, hay que asentir y poner cara de sorpresa, hay que masticarla pero no tragarla, pero nunca, nunca jamás hacérsela ver a quien la dice o tratar de rebatírsela. Después de todo, ¿qué serían nuestras narraciones personales son la sal y la pimienta que les agregamos al contarlas? Pasó el tiempo y tampoco tuve una segunda oportunidad de recuperar a un amigo.
El segundo, fue en esa tercera década en progreso de mi vida, que comúnmente llamamos la veintena, ¿por qué y cómo? aún no me queda claro en su totalidad el por qué y eso que he repasado todos los hechos más de un millar de veces en mi mente, calculando todas las probabilidades y escenarios alternos. El cómo, pues de una manera poco grata. Tampoco acá hubo una segunda oportunidad para la amistad. Volvió a hablarme, y eso es más de lo que esperaba recibir y estoy agradecido por eso; se me hace, sin embargo, inevitable pensar y preguntarme ¿y si me hubiese dado una segunda oportunidad de amistad?, y simplemente no tengo una respuesta.
Y entonces una sombra pasa frente a mi ventana y veo que ya casi amaneció, que han sido tocadas ya 38 canciones del mismo tipo británico, y me dispongo a dejarlo todo para dormir un momento y mientras hago esto pienso: ¿en lo que me falta de vida, cuántas segundas oportunidades más me serán negadas?, y prefiero pensar que esas segundas veces no serán necesarias porque la primera nunca se acabará. La obscuridad me envuelve y la voz del James Blunt empieza desvanecerse lentamente en los segundos que quedan de madrugada diciendo una y otra vez: “… into the dark.”.