Monday, March 31, 2014

Winds of Change

Es domingo, 1:30 de la madrugada y yo no puedo dormir, no quiero hacerlo, no sé si querer o no. El jueves recibí una noticia terrible, de hecho fueron dos, la primara una causa, la segunda una consecuencia. Y desde entonces no puedo pensar con claridad y dentro de mi pecho se agitan corrientes de incertidumbre.
Despedida_amarga
Justo ahora comenzó a sonar Winds of Change de la banda Scorpions y por fin tuve ánimo para escribir, por fin, pensando en que parece que sobre mi vida soplan ya vientos de cambio, de confusión, de caos, que no sé si cambiaran mi vida para bien o para mal, para ventura o desventura, lo que sé ahora es lo que siento y lo que siento es que no será nada bueno; si me equivoco o no, lo sabré hasta mucho tiempo después. Había estado deseando hacerlo desde el jueves pero algo me obligaba y me obliga a distraerme en cualquier otra cosa como tratando de que la realidad cambie si la ignoro. Pero no cambiará y quiero llorar y he soltado algunas lágrimas pero me contiene mi propia naturaleza. Sé que lloraré y lloraré amargamente dentro de unos días, siempre me pasa lo mismo, siempre es igual, siempre soy el que parece frío e insensible, el inalterable, el que soporta el golpe del vendaval y el azote de la ola, el que incluso sonríe.
[Suena You and I, también de ellos]
Pero en verdad lo que sucede es que me cuesta procesar las emociones que me abruman de manera masiva. Y sólo después de unos días ‎–‎cuando ya todos están tranquilos‎–‎, es cuando yo comienzo a llorar copiosamente y a solas, puesto que, como el dolor de los otros ya pasó, acaban viéndome mal y considerándome débil y exagerado. Quisiera decirles que ellos lloraron también, pero lo negaran, porque cuando lloraron, lloraron juntos y las lágrimas en sus ojos les impidieron ver las lágrimas en los ojos de los demás. Yo en cambio sí que las vi.
Ni siquiera puedo decir por qué voy a llorar. Sólo puedo decir que es una pérdida absoluta que me ha dejado la sensación de vacío. Es una pérdida que se repite y por los mismos días de la vez anterior. Ésta puede que sea definitiva y parece como si de pronto, el camino por el que transito se borrara frente a mi ojos y debajo de mis pies. Y quisiera poder descargar todo el sentimiento que empezó a acumularse en mi cuello el jueves por la tarde en un solo fuerte y desgarrador grito de hombre. (Ahora me doy cuenta que la canción que suena es Still Loving You, de la misma banda) Pero algo me contiene. Nuevamente vuelvo a sentir una desolación monstruosa en mi alma y quisiera no sentirla, quisiera prender fuego a mis ropas para que se quemen con esta carne en la que el dolor se acumula y que se queme de paso mi alma que ya comienza a agonizar y que pasará los próximos dos, tres y  hasta quizá cuatro años sufriendo hasta que comience a apaciguarse esta sensación horrorosa.
Aún espero que se llegue el lunes y que pueda tener aunque sea el consuelo de una despedida, pero algo en lo profundo me dice que no será así. “There is a house in New Orleans, They call of the Rising Sun…”, y esas palabras con fuerte acento alemán me sacan de mi introspección y por un momento me distraigo y pienso que no sabía que ésta banda tuviera una versión de esa canción gringa, y me parece raro y creo que a lo mejor no son ellos, pero recuerdo el tono grave y lúgubre de la canción y entiendo que el vocalista no use los tonos agudos que suele usar ni las notas altas que tan bien le quedan a su voz. Y ya estoy distrayéndome otra vez de lo que estaba pensando antes. Sé que llegará lunes y llamaré para saber si ya partió y me dirá que ya y yo sólo le desearé toda la suerte del mundo y le recomendaré precaución y por dentro mi almaestará licuándose en un nada líquida que momentos después comenzará a escaparse de mi cuerpo para quedar regada por todos lados, y un tanto de esa alma me saldrá por los ojos y no me importará que la gente me vea llorar, como otras veces en el pasado no me importó. Aquellos días después de la navidad cuando en una calle me senté y lloré, no, no estaba ebrio, estaba con el corazón destrozado y la gente pasaba y me veía llorar mientras marcaba insistentemente un número en el que no me respondían.
O aquella otra vez, en la que lloré en un bus, y mientras lloraba miraba mi reflejo desfigurado en el cristal de la ventanilla y las lágrimas mojaban las hojas de la libreta que sostenía, porque mi frustración engendró entonces un poema que aún está por ahí, olvidado entre polvo y papeles viejos que no quiero tocar. Esas veces fueron las únicas que lloré en público y mostraba orgulloso mis lágrimas como si de heridas de un combate indescriptible se trataran. Las mostraba y me mostraba sobreviviente ante ellos, pero en mí se extinguía la débil flama de mi alma y mi frágil corazón se hacía pedazos y no soportaba ni el roce de la brisa.
Las otras veces he llorado en silencio, en la obscuridad de mi habitación, sin que nadie sepa que en mi cuello un nudo me asfixia. Así lloré a los nueve años cuando perdí la vida que sentía perfecta, y todo se volvió obscuro y agreste. Así lloré cada vez que mi madre lloraba, así he llorado con cada uno de los cachorros que me ha tocado ver morir. Quizás yo sea tan sólo un tipo ridículo, más cercano a lo cursi y patético que a lo serio y conmovedor ante los ojos de los demás, quizá ellos mismos consideren mi drama como una tragedia bufa y les cause risa hasta desternillarse y quedarse sin aire. Lo único que puedo decir es que soy humano y que nadie me dio nunca un manual que me dijera como serlo. Y entonces pienso que si me lo hubieran dado, lo humano no existiría y yo y todos seríamos tan solo tristes autómatas anhelando contar con un comando de autodestrucción y una función de suicidio liberador.
Nuestro suicidio de autómata sería tan simple como borrar nuestro disco duro y fundir nuestro procesador y nuestro cuerpo se quedaría ahí, con la cabeza ladeada, la boca entreabierta, los ojos apagados, las manos colgantes a nuestros costados y las lucecillas de nuestro cuerpo extinguiéndose una a una, lentamente, en un desvanecimiento imperceptible hasta que la obscuridad nos invadiera por entero.
Hace una hora comencé a escribir y algo del dolor se desvaneció, una que otra lágrima rodó por mi mejilla, de paso me di cuenta que mis abriles floridos o al menos insípidos, de un año para acá se ha convertido y para siempre, en abriles dolorosos; mientras pensaba esto, terminaba una de las mejores canciones del mejor (en mi humilde opinión) grupo de rock de la historia humana: Wish You Were Here, de Pink Floyd.
despedida

Wednesday, March 19, 2014

¿Y si me dieran una segunda oportunidad?

Entonces la canción me trae tantos recuerdos y me despierta tantos sentimientos que no puedo procesarlos por separado y me abruma la sensación de no saber que hacer y me invade el deseo de llorar.

Parece tonto pero es verdad. y me pregunto ‘¿y si se me diera una segunda oportunidad para volver a vivir mi vida?, ¿será que cometería los mismos errores? ¿será que los corregiría a tiempo?, ¿será que ni siquiera los cometería? No lo sé. Me detengo a pensar, mientras el reproductor comienza la nueva canción en el playlist, la voz del mismo hombre cantando con esa melancolía incierta en su voz.

Y entonces me doy cuenta de que no tengo la menor idea de quien podría darme una segunda oportunidad para vivir lo que he vivido desde que mi conciencia comenzó a trabajar en complicidad con mi memoria. Dios ya me dio la segunda e incluso la tercera. Antes de acabar mi primer años de vida morí por vez primera, aunque sólo morí por un instante, instante que duró hasta que el médico me revivió delante de los ojos llorosos de mi madre que no veían bien por tanta lágrima nublándole  la visión.

Volví al mundo y tuve mi segunda oportunidad y entonces…, unos meses después, mi alma se encaminaba hacia el mundo desde donde vino y todo volvió a pasar: mi mirada se había extraviado y mi respiración era cada vez más débil, mis ojos perdían el brillo de la vida y mi pulso se hacía imperceptible;  mi madre lloraba y las enfermeras del centro médico la veían con indiferencia mientras le pedían que fuera al hospital más próximo porque algún burócrata había decido que todo servicio se subcontratara en ese lugar.

Los minutos eran horas para ella y para mí no sé que habrán sido, nada puedo recordar de todo lo que pasó en el primer año y medio de mi vida. Cuando al fin logró llegar, el médico decidió revisarme y lo primero que se le ocurrió decir fue: “parece que está muerto”. Mi piel estaba azul y mis manos estaban frías. Me separaron de ella y comenzaron el proceso de resucitación. No sé cuánto fue, ni cómo fue, pero cuando la dejaron entrar y estar a mi lado, ellos  me habían colocado sobre una bolsa de agua caliente para que mis órganos no se dañaran por mi baja temperatura interna y habían puesto una sonda de oxígeno en mi nariz para que mi cerebro recibiera lo suficiente para no atrofiarse. Había muerto mi segunda vez, y Dios me estaba dando una tercera oportunidad para vivir.

No he vuelto a ir a un hospital en condición que amerite una resucitación más. Esta es la tercera vez en la Tierra y aún me pregunto: ¿estaré haciendo bien las cosas? ¿por qué mis equivocaciones son tan difíciles de perdonar por aquellos que las padecen?, ¿por qué no pueden ver que cuando son ellos los que me fallan y no se disculpan yo los perdono en el momento? Sí, claro que muestro mi enojo pero nunca he podido durar enojado más que un par de horas con la gente que de verdad me importa. La gente que no me importa ni representa nada para mí recibe tan sólo mi indiferencia, por que habría de darle a esta gente alguno de mis sentimientos cuando nuestros sentimientos “existen por” y “son para” los que forman parte de nuestra vida, ya de buena manera o de manera oscura y terrible. Ni siquiera puedo odiar a los que me odian. Lo intenté antes y no me resultó. Lo más que conseguí fue sentir incomodidad por la presencia de ellos pero nunca un tener sentimiento en el que les dedicara toda la maldad de la que es capaz el corazón de hombre que tengo en el pecho.

Me olvido bastante pronto del sentimiento amargo que los demás me hacen sufrir, no me olvido de la acción que causo ese sentimiento pero no porque haya decidido revivirlo una y otra vez, sino porque se me hace muy difícil y complicado sacar de mi memoria todo lo que voy viviendo. Quisiera que mi memoria fuera capaz de recordar mis contraseñas con la misma vehemencia que recuerda mis vivencias y los datos, nombres, fechas y detalles de lo que he leído por placer. Sigo recordando los hechos que me han causado dolor, pero al hacerlo es como estar viendo una película muda en blanco y negro, pues aunque los detalles están ahí, no me producen nada. hasta tengo, podría decir, la sensación de que todo me es ajeno a pesar de haber sido yo quien lo vivió. El único sentimiento que no puedo olvidar sino al cabo de muchos años es el de la culpa y el remordimiento de haber hecho sufrir a alguien que me quería como un amigo, me respetaba como un aliado y me tenía como parte de su vida.

day_and_night_escher

Mi tercera vez en el mundo, y no ha sido fácil, tal vez por eso mi tierna alma infantil desea volver a la seguridad del primer hogar. Segundas oportunidades no he tenido nunca en lo que respecta a mis congéneres humanos. De los amigos que he  tenido, a uno se lo llevó la vida muy lejos de mí, fue mi primer mejor amigo de verdad y luego de mudarme de localidad, no volví a verlo nunca más. Esos días infantiles los recuerdo con especial cariño porque el cambió en mí la relación que yo mantenía respecto de todo lo que había afuera de mí mismo. El cobarde e introvertido yo se convirtió en un niño normal. No me volví el más osado, ni el más intrépido, ni el más destacado, pero por lo menos la gente dejó de verme como un tímido semiautista desconectado del mundo real.

Cuando llegaba el recreo yo quería que nunca terminara para seguir hablando y jugando con él, porque entonces la maestra no nos arrojaba la almohadilla cargada con el polvo de la pizarra recién limpiada, aunque ahora que lo pienso, era sólo a mí que me la arrojaba siempre, aunque no hubiera sido yo el que iniciara el cuchicheo que manteníamos en la clase. J. D. se fue de mi vida antes de acabar la primera década de mi vida y nadie me dio una segunda oportunidad para que yo volviera a ser un niño normal. La nueva escuela me hizo volverme hacia mi interior con más fuerza que antes.

Luego de eso han pasado dos décadas más y tuve amigos, pocos pero tuve y todos ellos se fueron de mí, desvaneciéndose como si fuesen estatuas de talco que el viento fuerte disuelve de a poco hasta que no queda sino la base donde estuvieron colocadas. De todos ellos, solo de dos soy responsable de su partida y alejamiento. El primero, fue mi amigo en la nueva escuela, y la amistad terminó por lo que bien podría llamar “conducta infantil”, aunque no se podía esperar otra cosa, éramos niños aún. Fue ahí que aprendí que si alguien te cuenta algo que no es verdad, una mentirijilla sin la intención de dañar  —una común exageración de lo propio, un superlativismo personal, un simple bluff—, hay que asentir y poner cara de sorpresa, hay que masticarla pero no tragarla, pero nunca, nunca jamás hacérsela ver a quien la dice o tratar de rebatírsela. Después de todo, ¿qué serían nuestras narraciones personales son la sal y la pimienta que les agregamos al contarlas? Pasó el tiempo y tampoco tuve una segunda oportunidad de recuperar a un amigo.

El segundo, fue en esa tercera década en progreso de mi vida, que comúnmente llamamos la veintena, ¿por qué y cómo? aún no me queda claro en su totalidad el por qué y eso que he repasado todos los hechos más de un millar de veces en mi mente, calculando todas las probabilidades y escenarios alternos. El cómo, pues de una manera poco grata. Tampoco acá hubo una segunda oportunidad para la amistad. Volvió a hablarme, y eso es más de lo que esperaba recibir y estoy agradecido por eso; se me hace, sin embargo, inevitable pensar y preguntarme ¿y si me hubiese dado una segunda oportunidad de amistad?, y simplemente no tengo una respuesta.

Y entonces una sombra pasa frente a mi ventana y veo que ya casi amaneció, que han sido tocadas ya 38 canciones del mismo tipo británico, y me dispongo a dejarlo todo para dormir un momento y mientras hago esto pienso: ¿en lo que me falta de vida, cuántas segundas oportunidades más me serán negadas?, y prefiero pensar que esas segundas veces no serán necesarias porque la primera nunca se acabará. La obscuridad me envuelve y la voz del James Blunt empieza desvanecerse lentamente en los segundos que  quedan de madrugada diciendo una y otra vez: “… into the dark.”.